Ela Urriola – El afecto y el efecto de romper e hilvanar Utopías.

Esta ponencia explora el tema del afecto en el cuidado del otro como centro de nuestra condición humana en un viaje a las raíces de la filosofía occidental. 

Somos seres finitos y vivimos en la incertidumbre. Somos abismo y volamos. Somos el vacío y a pesar de todo eso, a pesar del peso de la finitud, de las grietas de lo incierto, de los abismos que sorteamos en las aceras interiores, los pálpitos de nuestras entrañas y en nuestra memoria desdibujada por la inmediatez, somos capaces de soñar, de eternizarnos en el arte y en el deporte de alcanzar las estrellas cada vez que nos traspasa un verso; somos ese polvo omnipresente y necesario para desdibujar las pequeñas antorchas y convertir la función de habitar el mundo, en una inexorable carrera de imposibles, en eso imperfecto pero perfectible, el homo que sabe, que siente, que sueña y se asombra.

Y gracias a eso, a esa finitud y a esas sombras que nos caracterizan, el humano a veces olvida, destruye y odia; otras veces se eterniza en los instantes luminosos de la creación, del mirar al otro como a sí mismo, ya sin espejos, ya sin pantallas, en la solidaridad y en la promesa de seguir existiendo en pos de un mañana. Y vuelve al olvidar.

Si entendemos la modernidad como el momentum histórico en el que surge la razón como proemio y como faro de una nueva mentalidad, la certeza, entonces estamos ante la dicotomía razón/ experiencia, pensamiento/sentimiento; la verdad incólume, la única columna posible; la vía de la certeza. Si, por el contrario, asumimos que la modernidad es ese espacio, ese quehacer y ese discurrir de acontecimientos que definen la novedad, entonces entendemos que la novedad es parte de cada época pasada hasta la presente, puesto que cada época ha tenido su modernidad, su techné, su luz nueva.

Asumiremos lo moderno como lo novedoso y la modernidad como un concepto que nos interpela, y con el cual se interpela realmente a lo posmoderno, que sería lo contrario de lo que le antecede. Si lo moderno era certeza, lo posmoderno es la incertidumbre. Ante la verdad, la contingencia; frente a la razón absoluta, la multiplicidad.

El humano es capaz de avanzar porque cree en lo imposible. Escarba lo invisible, construye lo que antes fue polvo de estrellas, materia prima de los sueños. Acaricia el polvo galáctico, descifra la muerte de una estrella, pero olvida acariciar el cuerpo. Habla, navega el universo de bytes, teras y pixeles, pero no mira el otro. El efecto de la inmediatez alcanza el afecto, lo reenvía y le da likes. Y vuelve a olvidar.

Blas Matamoro, en Literatura y compromiso, nos dice: “ (…) El escritor, el ciudadano, el despierto y el dormido, el militante y el aventurero, el santo y el comediante, cada uno en su caracterización, permanecen siendo cada uno el mismo sujeto más allá del tiempo y del espacio. Llevan su yo a lo largo de los años y a lo ancho del mundo. Por eso al artista le caben los juicios de responsabilidad ética y política, el descenso a los infiernos del otro, de los otros.”

En el caso de Jean-Paul Sartre el compromiso es inherente a una elección literaria. Esta es una elección liberadora que requiere, se entiende, de un lector. Nos dice: “No se vive trágicamente lo trágico, ni el placer con placer. Queriendo escribir, lo que se intenta es una purificación.”. No se puede escribir sin el otro. El otro, ese universo, origen, motor o inspiración de los afectos. El destinatario de la obra, el receptáculo de la magia literaria que, cuando tiene éxito, alcanza al otro, le revuelve, le tantea la aethesis y le hace sentir vivo, o recordar esa vida que alguna vez sostuvo, no virtualmente, sino esa experiencia de sabores y dolores, la experiencia analógica de estar en el mundo. Mirarse en el espejo es una compenetración con el reflejo que me devuelve la mirada del otro, es ver al otro.

Sócrates se mira en el espejo, no como Narciso lo hiciera antes para recrearse en la superficie, para acicalar su ya preciada imagen, sino para rescatar y comprender lo que está debajo de la imagen del otro. El otro, el de carne y huesos, el otro que se asoma y que confundiría conmigo, porque a pesar de la distancia con el espejo somos el mismo. Sócrates profundiza en el abismo de las clases y hasta del género, porque lo mismo un esclavo que una mujer podrían tener acceso al conocimiento.

Este es el aspecto más revolucionario del humanismo socrático, la verdadera fuerza que incluso en años posteriores no compartirán los que le sucedieron. En ese preguntar, Sócrates ayuda a que la pregunta descubra al que se encuentra en el espejo: es la mayéutica la herramienta y el arma que entrega a su semejante y le acerca en un abrazo de respuestas a encontrarse, porque hasta entonces, no nos habíamos visto, propiamente hablando, en Occidente. El humano se escurría en una ecuación, en el nombre de una estrella o en el horizonte blando de las riquezas, pero desaparecía su existencia como problema aquí en la Tierra. Sócrates descubre este vacío entre conocimiento y actuar, y opta por un discurso vivo, humano, sencillo, sobre el otro, el semejante.

La convicción de que pudiese existir un mundo donde todos tuviesen acceso al conocimiento, donde a las mujeres y a los esclavos les fuese reconocido su derecho a aspirar a la educación y el conocimiento, parece una utopía no solo del siglo III a.C. sino también del nuestro. Todavía, en el siglo XXI, con todos los avances y las revoluciones seguimos discriminando a condición humana y tasándola con base a sus diferencias, no por sus similitudes. El concepto de semejanza resulta todavía inalcanzable en muchas regiones del planeta.

Esta utopía sostenida por Sócrates llegará a nosotros a través de lo que sus contemporáneos y discípulos relataron acerca del maestro, pero carente de la sistematización como aquella reconocida como la primera utopía de Occidente, la de su discípulo Platón. Alejada de la semejanza plena y más bien cercana al contexto histórico y social, esta utopía conduce a sistematizar un espacio de convivencia, una República, una que no existe pero que construye como ideal. La República de Platón será, pues, la primera utopía de Occidente.

¿Qué ha sucedido desde entonces? ¿Qué nos convoca y que nos depara el futuro, de no repensarnos? ¿Y el gesto creador, lo creado: deshumanizado? ¿Cuál es el sentido de seguir soñando en un mundo mejor? En esta plática repasaremos teorías y problemas, afectos y defectos, la tersura y la resequedad histórica de las utopías.

 

Ela Urriola. Escritora, pintora, filósofa. Académica Numeraria de la Academia Panameña de la Lengua, Miembro del Comité Asesor de Redbioética-Unesco Presidenta de la Red de Mujeres Filósofas de Panamá- SAFO, Vicepresidenta del Consejo Nacional de Escritores y Escritoras de Panamá (desde 2023).

Premio Nacional de Literatura “Ricardo Miró” en 2014, 2018 en poesía, y en 2021 con el género cuento. Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” con Agujeros negros (2015)Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil “Carlos Francisco Changmarín” con el poemario Las cosas de este mundo (2020). Premios IPEL, categoría Ensayo (2023). Tiene traducciones al francés, inglés, portugués, griego, chino y checo. Website: www.elaurriola.com

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